jueves, 8 de noviembre de 2012
miércoles, 7 de noviembre de 2012
La última luz
La luz es distinta hoy en esta atardecida de Noviembre.
En las veletas y en las espadañas de la ciudad
comienza a recostarse la luminaria
del sol, mientras en el acerado, el otoño inicia
su lenta melodía rojiza y reseca,
con el tránsito y el deambular de los
viandantes.
Pero la ciudad ya sabía antes de que terminase
Octubre, que el otoño llegaría
sin avisar como siempre, con la primera
convocatoria de los Cultos de la
Reina de Todos los Santos y de la Señora del
Amparo.
Han anunciado este mes de postreras glorias,
el fruto tostado en el perol
humeante, las flores que viste el camposanto de
San Fernando, las novenas
y octavarios dedicados a las almas de los que un día
se marcharon
buscando la gloria de los cielos, el sabroso caldo aljarafeño que
goza de
la infancia del vino, la silueta gallarda y altanera, embozada, con
calzas y
encajes de un hidalgo español y la inocencia tibia en el rostro novicio que
recreó Tirso en Sevilla.
Este Noviembre, que trae en sus días el
azabache de la pena grabado a
fuego, nos hace volver la mirada a otros tiempos
en que comenzamos a
honrar a los que partieron.
Desde que en 1563 el Concilio
de Trento, corrobora la existencia del
purgatorio haciendo hincapié en que se
fomenten los sufragios por los difuntos.
En nuestra ciudad se fundaron las muy antiguas
Hermandades de
Ánimas Benditas, para ofrecer honras fúnebres a los hermanos y
misas
de réquiem. De San Miguel, como pesador de las almas y de San Pedro
en
cuya posesión se encuentran las llaves del cielo.
Las hermandades de los Santos Ángeles se erigían para
intercesión de
estos seres alados por las almas difuntas y ante Dios Nuestro
Señor.
De estas últimas corporaciones se tienen noticias desde 1458.
Es este Noviembre en que nos encontramos, un
tiempo sin duda, que
invita a la reflexión de lo que somos y en lo que nos
convertiremos todos
sin excepción. Esa visión preclara del tránsito de la
opulencia y la
vanidad altanera a la miserable levedad humana que da con sus
huesos en
un arca que inundará la tierra y muchas veces hasta el olvido más
absoluto
y que describió de manera sublime el irrepetible Valdés Leal, en la
Santa Caridad.
Un otoño de ausencias y de presencias, que
toma por sorpresa las
esquinas de la ciudad, besando con los últimos rayos de
luz, las plantas
benditas de la Reina del Cielo y de Todos los Santos,
(en un
barrio absolutamente entregado a su devoción), que derrama
su Amparo entre
quienes ansían su perpetua protección, cobijados al amor
del templo dominico
que en nombre San Pablo se erigió.
Por todos los seres queridos que se marcharon
un día buscando la luz:
“Réquiem
aeternam dona eis Domine, et
lux perpetua luceat eis”
(A la memoria de Ana González
Moreno)
Irene Gallardo
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