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martes, 15 de abril de 2014

ENCARNACIÓN DE LA GLORIA

  Dicen las crónicas de la historia, que nació en el arrabal más universal de cuantos hayan, que a la Virgen Santísima la llamaron “Palomita” y que tanta fue su devoción que se contaban por cientos sus hermanos.

  Pero los tiempos cambiaron y los acontecimientos se fueron sucediendo y la bella Dolorosa de acento trianero y de aires marineros, cambió la Cava por la Calzá, y el Puerto Camaronero por un puente sin río  y los Tejares por el Campo de los Mártires y el Zurraque de Triana, por San Benito.

  Desde entonces la Abuela Santa Ana la sigue esperando, cuanto repican a gloria las campanas de su iglesia a la hora siempre Santa, esa del Ave María, la Abuela del Niño Dios, siempre recuerda a su Hija, María de la Encarnación.

Los siglos se la llevaron, pero la madre la espera, no importa que sea verano, ni que esté llegando el frío, para la Bata Santa Ana siempre está cerca el recuerdo.

  Todavía late dentro del corazón de la Abuela, la semblanza de unas trenzas y los ojos de azabache, esa carita morena y la planta de doncella, tan hermosa y tan trianera, María de la Encarnación.

  Y la Abuela de Triana se ha dormido en el silencio y en la frescura del templo. El “Mudo” apagó las velas que la alumbran a diario y el sueño se hizo dueño de la realidad y el tiempo…

  ...Sueña que sueña Santa Ana, con la verdad del recuerdo, tejiendo un breve pañuelo por las esquinas del tiempo, para enjugar su dolor... le han llegado a decir, que sí, que ha muerto su Nieto… 

  …Y no quiere ni pensar en que amargura tan honda sumida estará su Hija, aquella que bautizo en la pila de su templo, más que iglesia, Catedral, la pila de los gitanos que nacieron en Triana.

  Dormida quedó Santa Ana, entre amarguras y llantos, pensando en el Martes Santo y en su Hija Inmaculada.

  Tiene las manos abiertas por si la vida y el tiempo le devuelven a su Hija, la que coronó Sevilla con doce estrella trianeras y a quien besa en las mejillas, doloridas por la pena.

Sueña que sueña Santa Ana imaginando el encuentro,
con la que fue Concebida sin pecado original,
del llanto del Martes Santo, de la Encarnación de Dios,
de la pena dolorosa y de belleza sin par,
“Palomita” de Triana y Reina de la Calzá.


Irene Gallardo



lunes, 14 de abril de 2014


IN HOC SIGNO VINCES

 Se habían rezado completas en los cenobios y en los monasterios, en las clausuras y en la casa de Dios y de San Francisco.

 Los pabilos se desnudaban de luces y el rumor de las calles se adormecía en los muros del convento.

Un rito que se repetía cada anochecida, cuando en el reloj de los tiempos sonaban nueve tañidos tocando a ánimas.

Desde su hermosa atalaya, la Concebida sin pecado original, habiendo cerrado su libro de horas y uniendo sus benditas manos, derramaba su mirada en la profundidad del claustro grande.

 “La Sevillana”. Resuelta en luna. Hermosa como la misma luz. De rosadas mejillas y cabellos de espuma, patrona  de los fráteres de San Francisco y protectora del lego Sebastián.

 Con la paciencia de la orden que acogió hacía años en Écija, Fray Sebastián de Jesús, acunaba lentamente las llamas de la cera de la iglesia en la casa grande, hasta dejarlas sumidas en un sueño de humo. Una a una, candelero por candelero y capilla por capilla, todas, excepto las veinticuatro lámparas de plata del Perú, que ardían día y noche en honor y devoción a la Santa y Vera Cruz de Cristo.

 Nuestro hermano Sebastián, se encargaba de cubrir de aceite las medidas de las luces, para que nunca se apagase ninguna de las veinticuatro llamas, que en recuerdo del amor de los siglos y de Sevilla, brillaban en las naves de la capilla, para loa y honor ante el Cristo de los de Asís.

 Nadie encomendó en ningún momento a fray Sebastián, aquella diaria tarea, pero él, que con tanto amor y devoción se acercaba a diario al Cristo Crucificado, aquel que visitaban continuamente cientos de sevillanos depositando quimeras y ruegos a sus plantas, supo desde ese primer día que estuvo cerca de Él, que su última morada sería la de su capilla, bajo las losas que los fieles pisaban incesantemente para rezarle en su Vera Cruz. 

 Supo fray Sebastián, que por Él, entregaría la vida a los más necesitados, que obraría el milagro del pan y los peces todos los días del año, una y mil veces.

Supo que él, le daría el poder de curar en el nombre bendito de la Vera Cruz, con una Cruz de madera, de un laurel del convento, que el propio Sebastián haría cientos de veces  y donaría otras tantas, a quienes se las solicitaran.

 Supo nuestro hermano en Cristo, que dejaría ésta tierra en olor de santidad.

 Y supo todo ello, desde aquel día, que fijó su negros ojos en la tez mortecina de Cristo, en sus poderosas manos, en las llagas de su cuerpo y en los labios entreabiertos, que en la soledad de la Capilla y en el silencio del claustro, marcaron al fray el norte de su vida, con un susurro: “Sebastián toma tu Cruz y sígueme”.



Vera Cruz

I

Viste la tarde angustiada,
con terno de verde oscuro,
de muerte y pena tocada
a cuatro hachones desnudos.

Colma de dolor el día
el ruán y el rubio angeo
elevando en Cruz de Guía 
la frágil carne del reo.

Signa la tarde elevada
Jesús clavado al madero
Tu sangre y carne llagada,
(viéndote izado, yo muero),
en Vera Cruz es proclama,
de amor, herido cordero.


II

Silentes filas austeras 
acompañan al Maestro,
El de palabras certeras,
pescador y hermano nuestro.
Llevando como bandera
la Fe en la Cruz, Padre Nuestro,

Hay en el aire un olor
a la sangre derramada,
a las lágrimas lloradas
y a las palabras de amor,
que el Sagrado Leño exhala
en recuerdo del Señor.
Vera Cruz, única escala 
para llegar hasta Dios.

III

Otro año sobre el hombro
la Cruz de tu Vera Cruz,
sintiendo Dulce Jesús
con valor y sin asombro
Tu Divino Magisterio.

Qué gran lección de humildad,
que lejos de ser misterio,
en Cruz se hará realidad.

Muere la tarde a Tus pies
besando el aire de Abril
al tosco Leño que es
la guía de Tu redil.

Bendito seas Señor
por enviarnos Tu luz.
Bendícenos con Tu amor,
Derrámanos Tu salud.

Beso el lirio que es tu flor
en la señal de la Cruz,
y en tu Eterno Cielo azul
me uniré a tu Vera Cruz.
©Irene Gallardo







domingo, 13 de abril de 2014


MEMENTO HOMO
(Domingo de Ramos)

El nazareno presentía que éste era un Domingo de Ramos distinto.

        Se lo advirtió el frío de las noches pasadas y el brillo indolente de la luna, siempre sabia  y alta.
Pero no quiso escuchar, aunque sabía lo que le estaban contando.
Le temblaban las manos al ceñirse el esparto y ésta vez no era por la inquietud de la Estación de Penitencia, sino porque el dolor tiene mil nombres y mil caras.

      El nazareno había cumplido con todo el ritual antes de pisar las calles, lo último, un beso de adiós al retrato de su amor, ese amor que le dejó el corazón maltrecho cuando un día, la sonrisa esbozada y ligera de equipaje, partió para habitar los Cielos en esas nubes de las que parece estar hecho por dentro, éste primo lejano de Platero, el que alza contento al Salvador del mundo, el Domingo de Ramos por Sevilla, rodeado de alborotos infantiles.

       El otro Amor del nazareno, al que pronto presentaría su papeleta de sitio en el último tramo de parejas nombradas, le esperaba en la penumbra del Templo, con la carne llagada y la amargura en los labios, con la sangre  derramada y emanando amor en derredor.

        Y la tarde se hizo en el día de las Palmas y hubo alegría infantil en la Campana y Zaqueo se volvió para hacer un guiño al Giraldillo…azul estaba la tarde de globos y caramelos.

         El ocaso de ésta Dominica grande, ha llenado de luto a la ciudad.
Recorre las calles el lamento de la muerte de Cristo, lo han traído entre sus túnicas, esos hermanos que visten el color de la pena y que toman en sus manos las candelas del color de las tinieblas.

        Crujen las carnes de Dios bajo las trabajaderas y  duele el frío de la noche de regreso al Salvador.
El nazareno recuerda, al final de Chapineros, como eran esos años de la túnica impoluta que su madre almidonaba, tan blanca como el alma de los niños, esa túnica que uno no quiere quitarse nunca, porque de los niños, dicen las Escrituras, que es el Reino de los Cielos.

       Se han derramado las últimas gotas de cera sobre las manos del nazareno, se ha marchitado el recuerdo y en  los charcos de la calle,  una verdad de ruan  se hace realidad y tiempo.
Y la penumbra del Templo, abrazando a Cristo muerto, ha puesto final al día que comenzaba risueño.

           El nazareno le reza al Amor Crucificado, con la premura del tiempo y la angustia de los años.

La media noche llegaba a los relojes del alma.

MEMENTO, HOMINE, QUIA PULVIS ES ET IN PULVEREM REVERTERIS

A la memoria de José Luis Blanco
Nazareno del Amor

©Irene Gallardo