IN HOC SIGNO VINCES
Se habían rezado completas en los cenobios y en los monasterios, en las clausuras y en la casa de Dios y de San Francisco.
Los pabilos se desnudaban de luces y el rumor de las calles se adormecía en los muros del convento.
Un rito que se repetía cada anochecida, cuando en el reloj de los tiempos sonaban nueve tañidos tocando a ánimas.
Desde su hermosa atalaya, la Concebida sin pecado original, habiendo cerrado su libro de horas y uniendo sus benditas manos, derramaba su mirada en la profundidad del claustro grande.
“La Sevillana”. Resuelta en luna. Hermosa como la misma luz. De rosadas mejillas y cabellos de espuma, patrona de los fráteres de San Francisco y protectora del lego Sebastián.
Con la paciencia de la orden que acogió hacía años en Écija, Fray Sebastián de Jesús, acunaba lentamente las llamas de la cera de la iglesia en la casa grande, hasta dejarlas sumidas en un sueño de humo. Una a una, candelero por candelero y capilla por capilla, todas, excepto las veinticuatro lámparas de plata del Perú, que ardían día y noche en honor y devoción a la Santa y Vera Cruz de Cristo.
Nuestro hermano Sebastián, se encargaba de cubrir de aceite las medidas de las luces, para que nunca se apagase ninguna de las veinticuatro llamas, que en recuerdo del amor de los siglos y de Sevilla, brillaban en las naves de la capilla, para loa y honor ante el Cristo de los de Asís.
Nadie encomendó en ningún momento a fray Sebastián, aquella diaria tarea, pero él, que con tanto amor y devoción se acercaba a diario al Cristo Crucificado, aquel que visitaban continuamente cientos de sevillanos depositando quimeras y ruegos a sus plantas, supo desde ese primer día que estuvo cerca de Él, que su última morada sería la de su capilla, bajo las losas que los fieles pisaban incesantemente para rezarle en su Vera Cruz.
Supo fray Sebastián, que por Él, entregaría la vida a los más necesitados, que obraría el milagro del pan y los peces todos los días del año, una y mil veces.
Supo que él, le daría el poder de curar en el nombre bendito de la Vera Cruz, con una Cruz de madera, de un laurel del convento, que el propio Sebastián haría cientos de veces y donaría otras tantas, a quienes se las solicitaran.
Supo nuestro hermano en Cristo, que dejaría ésta tierra en olor de santidad.
Y supo todo ello, desde aquel día, que fijó su negros ojos en la tez mortecina de Cristo, en sus poderosas manos, en las llagas de su cuerpo y en los labios entreabiertos, que en la soledad de la Capilla y en el silencio del claustro, marcaron al fray el norte de su vida, con un susurro: “Sebastián toma tu Cruz y sígueme”.
Vera Cruz
I
Viste la tarde angustiada,
con terno de verde oscuro,
de muerte y pena tocada
a cuatro hachones desnudos.
Colma de dolor el día
el ruán y el rubio angeo
elevando en Cruz de Guía
la frágil carne del reo.
Signa la tarde elevada
Jesús clavado al madero
Tu sangre y carne llagada,
(viéndote izado, yo muero),
en Vera Cruz es proclama,
de amor, herido cordero.
II
Silentes filas austeras
acompañan al Maestro,
El de palabras certeras,
pescador y hermano nuestro.
Llevando como bandera
la Fe en la Cruz, Padre Nuestro,
Hay en el aire un olor
a la sangre derramada,
a las lágrimas lloradas
y a las palabras de amor,
que el Sagrado Leño exhala
en recuerdo del Señor.
Vera Cruz, única escala
para llegar hasta Dios.
III
Otro año sobre el hombro
la Cruz de tu Vera Cruz,
sintiendo Dulce Jesús
con valor y sin asombro
Tu Divino Magisterio.
Qué gran lección de humildad,
que lejos de ser misterio,
en Cruz se hará realidad.
Muere la tarde a Tus pies
besando el aire de Abril
al tosco Leño que es
la guía de Tu redil.
Bendito seas Señor
por enviarnos Tu luz.
Bendícenos con Tu amor,
Derrámanos Tu salud.
Beso el lirio que es tu flor
en la señal de la Cruz,
y en tu Eterno Cielo azul
me uniré a tu Vera Cruz.
©Irene Gallardo
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