IN HOC SIGNO VINCES
“En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo!” Gálatas 6:14
-Historia del hallazgo de la Vera Cruz de Cristo
Publius Aelius Hadrianus, Emperador de Roma, hijo adoptivo y sucesor de su tío Trajano, nacido en itálica, miembro de la Dinastía Antonia y de familia aristocrática romana, pertenecientes al orden senatorial, afincada en Hispania en el año 206 antes de Cristo, levanta a su llegada a Jerusalén, en los baldíos terrenos del Monte de la Calavera, un templo en honor a la Diosa Venus.
Aquel lugar que fue santificado años atrás por el holocausto de un inocente, por el sacrificio del Hijo de Dios, volvió a convertirse en lugar pagano hasta la llegada de una mujer, Helena de Bitinia.
La utilización del signo de la Cruz como simbología del cristianismo se remonta al año 312 después de Jesucristo.
Se dice que el Emperador Constantino, alcanzaba las últimas vías próximas a las Puertas de la Ciudad de Roma, a la espera del enfrentamiento bélico con el magno ejército de Marco Aurelio Majencio.
Tan escasas posibilidades de triunfo observaría en aquel momento Constantino que asiéndose a la última esperanza, invocó a Dios nuestro Señor, en aquel momento, según dice la historia.
Vio sobre el cielo una Cruz resplandeciente, mostrando una leyenda:
“In hoc signo vinces”
(con este signo vencerás).
El día después de ese primer encuentro del Emperador con la Cruz, la victoria fue suya en la batalla sobre el río Milvio.
Dicen que en agradecimiento por aquel milagro, Constantino I el Grande, ordenó rubricar sus insignias y armas con el símbolo de la Cruz, promulgando en el año 313 el histórico edicto de Milán.
Desde entonces, no sólo cesan las persecuciones contra los cristianos, sino que se les redime de sus cautiverios, devolviéndoseles sus bienes.
Aquella Vera Cruz, donde Cristo padeció hasta morir.
Aquella Cruz, que fue objeto de persecuciones e instrumento de torturas, se convirtió en el primer símbolo y en la primera causa de libertad.
Años más tarde, en el 326 d. C., la madre del Emperador señalaría un horizonte en su vida, el hallazgo de la Vera Cruz, donde Cristo sufrió martirio.
Así ha llegado la historia hasta nuestros días, fundamentada por la Leyenda Dorada del Beato Jácopo da Varazze, hagiógrafo dominico italiano, que recopiló una gran cantidad de leyendas piadosas, que aparece en el año 1260.
Helena hace demoler el templo que el hispánico Adriano había erigido dos centurias atrás y levanta en el mismo lugar, uno de los tres templos que ordenaría construir en Tierra Santa:
El del Monte Calvario, el de Getsemaní y el del Santo Sepulcro, éste último enclavado en el lugar donde el tío abuelo de Cristo, José de Arimatea, diera sepultura a sus carnes llagadas e inertes.
La madre de Constantino el grande, empleó todos los métodos posibles, hasta averiguar dónde podría hallarse la Cruz donde fue crucificado Nuestro Señor.
Así con el esfuerzo de los hombres que le había asignado su primogénito, localiza y comprueba, el 3 de mayo, cuál de las tres cruces era la milagrosa, la que redime, la que abrazó el cuerpo de cristo en sus últimas y agónicas horas.
Desde ese momento, el símbolo de símbolos del cristianismo, cobró un papel fundamental, por su adoración y por su representación iconográfica.
El 14 de septiembre los ortodoxos celebran la consagración de la Basílica en el sitio donde fue hallada la Cruz de Cristo, en Tierra Santa.
Y la Iglesia Católica celebra este mismo día “la exaltación de la Santa y Vera Cruz”
Irene Gallardo Flores.
Conferencia Hdad. de la Stma. Vera Cruz de Los Palacios y Villafranca.
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