El último beso
“Tenía en sus ojos la mirada ausente y el
brillo profundo
de la enajenación, a la que sabemos se llega, por el dolor más agudo.
de la enajenación, a la que sabemos se llega, por el dolor más agudo.
Su
talle se cubría con el lino del color de la pena y sus sienes se tocaban
con
las tinieblas del alma.
Sus
manos, resecas de los quehaceres diarios de una mujer humilde,
se agarraban
como quien desespera ante su última esperanza al lienzo que
le servía de
mortaja, al hijo que pariera, hacía ya más de treinta años.
Acariciaba sus cabellos esparcidos por los
hombros, recordando aquella sala, luminosa y pulcra, en la que el fruto de sus
entrañas, jugueteaba sereno entre el formón y las gubias, sonriendo, sentado en
el aserrín del suelo, ajeno
a su holocausto.
Y
María, bebiéndose las lágrimas, sintiendo entre sus labios el sabor salitre que
da la amargura, le habló recogida y queda, como entonando una nana
al mismo
Dios hecho hombre, que agonizaba en sus brazos”.
(Meditación a modo de réquiem ante Cristo
Muerto 2008. Hermandad de los Servitas. Sevilla.)
Irene Gallardo
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Siempre he dicho que este momento que describes es el más dramático de toda la Pasión de Nuestro Señor. La mirada perdida de María invadida de tremenda soledad mientras el cuerpo inerte de su Hijo yace en sus brazos... No hacen falta más palabras. Saludos cordiales.
ResponderEliminarEs un fragmento, de un texto muy intenso que seguro te agradaría. Gracias por seguir el blog, Luis.
ResponderEliminarEnhorabuena!
ResponderEliminarGracias Miguel Ángel. Un abrazo.
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