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martes, 12 de marzo de 2013


Redimere


Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu Santa y Vera+Cruz redimiste al mundo.

Desafían a los tiempos, las carnes prietas y coquetas de tu Capilla Señor.

Ésta que hoy nos acoge y que desde tiempos fue de nuestra madre y señora de las mercedes, miraba de a diario el lienzo de muralla que cobijaba tus carnes, al otro lado de los cristales.

Dicen que en San Laureano, sus moradores mercedarios rezaban por ti, allende los muros del cenobio, soñando, quién sabe, con un Vía Crucis redentor, de candelas tinieblas y oraciones lastimeras, con un rosario de letanías y piropos a María, en las cercanías de una Puerta, que sustentada por Hércules tenía hechuras de Real.

Remontando la barra de Sanlúcar, las espumas de sal del viejo Betis, arrastraban en sus aguas las barcazas humildes de Tu gente de barrio.

Arribaban cansados ante tus plantas, suplicándote el milagro diario, ante tu oratorio perpetuo, donde escuchabas y escuchas, los quebrantos y las cuitas, de quienes se acercan a orarte tras una celosía de leyendas.

Hoy Señor, vengo a contarte, que corre por Sevilla una inquietud nerviosa, que acelera los pulsos y galopa por las venas de ésta vieja ciudad.

Vengo a decirte, Redención de Dios crucificada, que está a punto de caer el postrer grano de arena en el reloj de los sentidos, provocando la impaciencia, entre el humo del incienso y los brillos de la plata, expandiendo por toda la urbe, el olor dulzón de la melaza, de la cera virgen sumergida en el viejo perol de priostía y del tierno beso de amor que da a Sevilla el aroma intenso del fruto del naranjo, ese, que se enreda y trepa por esa catedral de San Marcos veneciana, según Sevilla.

Vengo a contarte, Santo Cristo de la Redención, que el morado del “memento homo”, que se adueñó de las calles y rincones, deja sito de forma irremediable, a ese azul que ya presienten las entrañas de la ciudad y los ojos de Sevilla.

Ese cerúleo, que en la “Dominica de Palmarun”, lucirá el apellido de un barrio, que se viste con la seda del color de los cielos, en un sueño azul Hiniesta, 

Mira Señor, como ya se abren los postigos del alma, como se transforma la ciudad y sus gentes, presintiendo el encuentro, la luz, la penitencia y las promesas cumplidas.

Otra vez, acudiremos al rito y a la regla, a la túnica y a las cuentas del rosario.

Volveremos a sentir el cansancio y los recuerdos, pero siempre con la sensación de ser la vez primera que sentimos… la vez primera que vivimos...

Será de nuevo realidad y tiempo, las lágrimas lloradas y los recuerdos que duelen, como duelen las ausencias, ante la Virgen que llora en el Valle de su palio.

Un arco iris de infantes, se derramará a Tus plantas envueltos en terciopelos, entre damascos y encajes, como heraldos del camino que han de recorrer Tus pasos, haciendo una vez más, ésta ciudad de la gracia, proclama de tus palabras:
“dejad que los niños se acerquen a mí”.

Y contigo y en ti están Señor.

Sonaran los goznes secos de Santa María de la Sede y de la Asunción, cumpliendo un rito de palmas, mientras, en los cielos, la hermosa “Giganta”, se agitará con la brisa, mostrando altiva a Zaqueo, el elegante bruñido de su palma.

Puede ser, Señor, que los años pesen y que la vida pase.

Que el brillo del agua de los charcos, en el que busca su reflejo el monaguillo carbonero, nos devuelva la imagen de ruán del nazareno cansado, pero lo que siempre sucederá, Cristo de la Redención, en éstos días que se renuevan los sentidos y los sentimientos, es que estrenemos sensaciones y sentires, como si la primavera, que ya nos anuncia de a lo lejos su llegada inminente, nos regalase la oportunidad de volver a vivir lo vivido, poniendo entre las manos de Sevilla un libro centenario, que está por escribir.

Vengo hoy a decirte Señor, ante la reflexión de la palabra y de la Redención, que Sevilla te espera como cada primavera, como cada año, como cada Semana Santa, con las manos abiertas y el corazón henchido de alegría, sabiendo que comienza la penitencia con el fin supremo de la Resurrección.    

Y Sevilla, hoy sentada sobre la piedra llorosa de García de Vinuesa, se reclina un instante y habla con los labios del alma, a quien la transforma y le da vida, tras el gélido letargo de los sentidos:

“¡Manecillas del  reloj abandonad a Morfeo,
y despertad al rumor de las palmas del Domingo!
¡Quiero volver a ser niño para pedirle la venia
a la eterna primavera, que ya está aquí la primera!”


Reflexión ante el 
Stmo. Cristo de  la Redención
Hdad. de las Mercedes
Puerta Real
Irene Gallardo


                                                                                                                                                                                                     


1 comentario:

  1. Grande tu anuncio del tiempo del gozo que está a las puertas, a punto de cruzar nuestro umbral. Gracias, Irene, como siempre...

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